martes, 28 de septiembre de 2010

AL OTRO LADO DEL ESPEJO (Capítulo 2º)

Contemplando su cuerpo frente al espejo encuentra motivos sobrados para recorrerlo con sus ojos, se pierde en pensamientos y aleja de ocupaciones mundanas, como saber qué hacer para cenar o qué ropa recién planchada guardar en los cajones.

Son todas esas tareas las que S prefiere no glosar cuando una irresistible fuerza le lleva a cerrar los párpados y comenzar a reconocer lo que le es más cercano. El cesped verde y mullido que pisan sus piés, o aquella sombra del sauce que le espera junto al arroyo que baja de la alta sierra cargado de agua, como cada primavera.

Es una imagen bonita de verdad, y no me extraña que S la quiera revivir cada vez que se mira frente al espejo. Con todo, dentro de ese espacio de vez en cuando hace más frío que en la realidad de la que viene. Pero no importa, es un nuevo lugar al que se abre, lleno de recursos que están al alcance de sus dedos.

Hoy S prefiere deambular por la pradera que hay detrás del bosque que rodea la casa. Se accede a ella después de pasar por un intrincado pasaje en medio del hayedo. Es un poco tenebroso porque a las hojas secas que el otoño va dejando en el suelo del bosque hay que añadir que jamas la mano del hombre practicó poda alguna, de la misma forma que jamas hubo ningún tipo de aprovechamiento ganadero de aquellos recursos.

Ahora que lo pienso... no os dije hasta ahora que ese fantástico lugar no conoce vida humana que no sea la de S. A veces lo hemos hablado y siempre llegamos a la misma conclusión. No me invita ni me va a llamar desde allí para que no rastreen la comunicación.
Esa pradera es de enormes dimensiones. Como cinco o seis hectáreas de verde intenso y olor a eno recién cortado, con flores blancas todo el tiempo y un clima seco... . En medio de aquel espacio, un enorme promontorio de rocas con formas gastadas cubiertas de musgo tupido que bien pudiera pensarse que alguna vez fue el sillón desde el que contemplar el vasto cielo.

O al menos a S así le pareció, puesto que cuando se cansaba después de andar por el bosque o por la pradera buscando flores le gustaba sentarse allí y mirar el enorme azul.

Fantasea con poder volar, elevarse sobre sus pies y poder observar a vista de pájaro aquello que por ahora le parece un paseo infinito, que nunca abarcaría a pié pues siempre le parece mejor opción pararse y descansar.

Creo que S se ha resignado a su particular escaparate desde el que poder admirar CONTINUARÁ

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